Un adiós postrero
Ha detenido el zorzal sus aleteos
y al revolcarse allí, por la cañada,
bebe del agua que una vez ensuciara,
y en puras aguas alimenta sus deseos.
Cuidó su nido; lo colmó de alpiste;
y de algodón de nubes lo llenaba,
y aquella noche en que, la luz, ya se ocultaba,
la negra parca, sin contemplar, lo embiste.
—Pobre zorzal—, recuerdo que dijiste,
no volverá a volar en la enramada,
ni aleteará en el cielo azul que conociste.
Y en su canto final, se escuchó triste,
como si fuera su cantar postrero.
Y un adiós bañado en lágrimas... le diste.
13 abril 2010
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